Uno de los
problemas que tenemos los que nos gusta el vino y vivimos en esta tierra de
gracias, es que cuando andamos cortos de
Tomándome unas copas, decidí prepararme algo de cenar. La nevera de
un hombre solo no es precisamente una alacena de cosas ricas, sino más bien una
maquina de alto vacio, en donde aparte del aire no hay muchas cosas más.
Afortunadamente encontré en el congelador una caja de Kibbe de res congelado de
una casa comercial. Preparar la cena fue fácil y aunque el emplatado no resulto
muy artístico, satisfizo las exigencias mínimas. A la ensalada se le agregó sal
y aceite de oliva extra virgen Esti, griego. Por cierto, este aceite me lo regaló alguien a
quien no le gusta el aceite de oliva. Me lo regaló porque probó este oliva en
una restaurant en Colombia, le gusto mucho y se acordó de mi persona. Cosa que
agradezco bastante.
Aunque la cena empezó con buena
expectativa. Lamentablemente, el vino no marido con el Kibbe aunque si con la ensalada. Para
lograr cierta armonía, cierta paz dirían algunos, entre el Kibbe y el vino me
corte unas ruedas de queso mozzarella y le agregué aceite de oliva al Kibbe. El
mozzarella que tenia en la nevera a pesar de no ser de lo mejor era aceptable, y resultó ser
el tercero que calmó la relación Kibbe-Trivento o Tivento-Kibbe. Como dice la canción, cuando entre dos hay problemas, uno más uno
son tres…. Termine la cena, con
una discusión inútil entre los tres: el vino, el Kibbe y yo.
Me quedo mirando, el plato vacio, la
copa de vino, las velas y me recuerdo lo que una vez escribió Gregorio Bonmati
“Al quedar largo tiempo mirando ninguna cosa,
pierdo el contorno de mi mismo y viajo hacia ningún sitio, para regresa después
a descubrirme como partida y como destino al mismo tiempo.
Por el momento, es una forma de saber a qué atenerse”.
Gregorio
Bonmati. Meditaciones para una noche de insomnio.
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