Hola.
Te recuerdas de mí. Yo soy aquel con
quien bebías vino
y nos embriagábamos con tintos y blancos, cavas y prossecos. Aquel con quien en tus noches más profundas discutías con un cabernet en copa, de esos que hacen filosofar. Si soy yo, recordándote y recordando con nostalgia aquellas aventuras en el que el vino, el merlot, el malbec, el tempranillo, la sangiovese del Montalcino, la corvina del Bardolino, encendían nuestras almas e iluminaban nuestros destinos. Pero hoy amigo, tus huesos se pudren en la soledad del sepulcro y yo no hayo la paz en mi copa.
y nos embriagábamos con tintos y blancos, cavas y prossecos. Aquel con quien en tus noches más profundas discutías con un cabernet en copa, de esos que hacen filosofar. Si soy yo, recordándote y recordando con nostalgia aquellas aventuras en el que el vino, el merlot, el malbec, el tempranillo, la sangiovese del Montalcino, la corvina del Bardolino, encendían nuestras almas e iluminaban nuestros destinos. Pero hoy amigo, tus huesos se pudren en la soledad del sepulcro y yo no hayo la paz en mi copa.
Extraño esa alegría tuya por la próxima
botella. Como me decías, el próximo vino estará mejor. Esa extraña alegría
infantil, esa curiosa ilusión por la próxima etiqueta. Sabes?, hoy el vino no
me sabe a vino, ni la alegría me sabe a alegría. Sólo queda recordar lo que una
vez escribiste:
Quedar en el recuerdo
es consuelo de otros, pero no de quien ya no puede recordar.
Y es consuelo de
otros, no tanto por quien recuerdan, sino por temor a no ser ni siquiera
recordados.
Resulta preferible
reconocer más bien que las cosas, como son, son sólo hasta cierto punto. Con el
pertinente improperio, desde luego.
Gregorio Bonmatí. Meditaciones para una noche de insomnio. 1997
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